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CUANDO NOS CONVERTIMOS EN NUESTRO PEOR ENEMIGO

Hay personas que viven atormentadas por la percepción que tienen de si mismas.

Habitualmente su falta de seguridad, timidez, baja autoestima, les impide dar el paso de pedir ayuda para superar una situación anómala que se suele convertir en crónica y acompañar a la persona de por vida, atormentándola, haciendo que su vida sea presa de la angustia de sentir que hace las cosas mal,que es diferente (y peor del resto de las personas), y especialmente: que no hay otra forma de vida.

Imaginemos que todos los días nos levantamos sometidos a un juicio sobre nuestros actos, aspecto, ideas, relaciones personales, trabajo, etc, en la que sólo hay una parte: la acusación. Implacable. Siempre el mismo resultado: pliego de acusaciones y un único final: dictamen de culpabilidad. Debe ser terrorífico vivir presa de esa sensación de angustia de saber que cada acto va a ser juzgado y condenado.

Así son las personas que tienen una percepción de si mismas distorsionada y que no saben cómo cambiarla. No poseen las herramientas necesarias (capacidad de evaluar las situaciones, utilización de un pensamiento racional) necesarias para evaluar las situaciones desde un prisma neutral, porque utilizan un pensamiento erróneo y claramente distorsionado.

Se ven a si mismas reflejadas en un espejo distorsionado que no devuelve la realidad, tan solo una imagen grotesca de ellos mismos, que odian, y aprenden a temer a los demás, porque no son conscientes que el juicio que ellos mismos realizan está en su cabeza, pero el resto de las personas no tienen esa visión negativa ni juzgan de una manera tan descarnada.

Se ve en adolescentes y también en personas adultas, que viven con ansiedad, tristeza y desesperanza, que se enfrentan a la vida como si fueran a ser permanentemente castigados por su inutilidad.

No es exactamente ser fóbico social. La fobia social no tienen por qué invalidar todos los aspectos del propio yo, tan sólo los relacionados con la interacción con otras personas, y da como resultado personas que encuentran en la soledad o en la relación con un círculo muy pequeño de personas una forma adaptada (entrecomillas) de vivir.

Las personas que sufren el tormento de la autoevaluación negativa y constante, tienen problemas intensos y requieren ayuda para modificar su estilo de pensamiento. Hay que ir poco a poco dándole muestras empíricas de lo inadecuado de su pensamiento, a la vez que se les ayuda a comprobar sus propias capacidades.

Es difícil que este tipo de personas acudan de forma voluntaria a consulta. Directamente creen que son casos sin solución. A veces, en la adolescencia, son los padres los que piden ayuda para sus hijos, porque se dan cuenta de que algo va mal, muy mal, otras veces estas personas buscan ayuda como última solución.

Son pacientes de difícil abordaje, romper las barreras sólidamente ancladas en su forma de pensar, suele conllevar varias sesiones. Es fundamental establecer un clima de máxima confianza, dotarles de un espacio en el que se sientan escuchados, no juzgados, comprendidos y reconfortados.

Posteriormente, cuando se consigue que la persona preste atención a lo que se le dice, en vez de a su diálogo interno, claramente destructivo, comienza un apasionante trabajo de construcción (en este caso es construcción porque antes no la hubo) de la autoestima. Se les enseña a quererse, respetarse, validar sus opiniones, ampliar sus expectativas vitales.

Es importante que se graben a fuego el “nadie es más que nadie”, y aprendan a valorar sus logros, sus cualidades, y también aceptar sus defectos, que como humanos todos tenemos.

En definitiva, para los terapeutas, este tipo de pacientes son auténticos retos, porque hay mucho que construir, porque se parte de una amalgama de ansiedad, baja autoestima, depresión, déficit de habilidades sociales y restricción de capacidad de disfrutar de la vida. Sin embargo, tan difícil es este tipo de paciente como satisfactorios suelen ser los resultados.

Nada tan bonito como el día en que oyes a tu paciente reírse a carcajadas por cualquier cosa que le ha pasado. Compensa el trabajo, el suyo y el nuestro.

Luego que nos digan que ésta no es una profesión bonita.