Las mujeres que sufrimos un cáncer de mama somos consideradas unas valientes y unas luchadoras. Lo de ser valientes no es en nuestro caso una opción, es lucha por la supervivencia, que llevamos con mayor fortuna dependiendo de muchísimos factores: nuestra fuerza interior, nuestra resilencia, la convicción que poner de nuestra parte va a hacer más fácil el proceso, la actitud positiva que siempre resta dramatismo a un hecho cruel pero cierto del que no podemos huir.
Sin embargo, en todo el proceso de un cáncer, el papel de las personas allegadas, las que se involucran en el padecimiento de la mujer, es duro y ante todo es OPCIONAL: quien se mantiene al lado de una enferma de cáncer tiene que hacer un sobre esfuerzo tanto en la asunción de tareas como en el área emocional.
Cuando recibes un diagnóstico demoledor, en el que la mujer sabe que emprende un camino lleno de sufrimiento físico, desgaste mental, dolor e incertidumbre, tu mundo personal y social se muestra nítido, sin trampa ni cartón. Llegan los posicionamientos claros y las personas que se involucran en tu sufrimiento hasta extremos insospechados.
Creo que la persona que lo padece sufre muchísimo esta situación. La quimio supone el sufrimiento físico y constante, las pruebas la incertidumbre y la ansiedad, los cambios físicos la necesidad de construir una nueva autoestima alejada de los cánones estéticos, y para muchas, los momentos malos la necesidad de pedir ayuda y de mostrarnos enfermas (para las que somos madres es muy complicado y doloroso este rol).
En mi caso mis valientes son en primer lugar mis hijos, que han sabido multiplicar su tiempo y cambiar sus prioridades para poder continuar con sus trabajos y a la vez estar en primera linea de batalla, ayudando, acompañando, anticipando las necesidades, dejando de la noche a la mañana de ser aprensivos con hospitales, curas, inyecciones…
Ellos no están enfermos, y sin embargo viven mi enfermedad, tal vez de una forma más dura: pudiendo huir del sufrimiento y sin embargo eligiendo estar ahi, con la impotencia de no poder curarme y la angustia de mi día a día (a veces complicado, soy de las que cuento una y callo veinte).
También están los amigos, esa extraña tropa que se mete en el calendario mis fechas de quimio para bombardearme de ánimos a las 7 de la mañana, que están, que respetan los momentos y saben escuchar y en muchas ocasiones sólo decir: “estoy aqui y te quiero”.
Para mi héroe con capa y superpoderes es la amiga que me regaló mi primer perro (ahora tengo dos) y que cada día, tres veces por día, compaginando con su trabajo, lleva a mis perros de paseo, cuando va a la compra hace la mia con cosas que piensa que me pueden apetecer, aparece los días que me ve mustia y se planta en casa de una forma “tan casual” que se cree que no me he enterado que tiene un grupo de whattsap con mis hijos y se van organizando.
Está mi madre, que ya es mayor y sabe que me duele verla sufrir, y que espera a que sea yo quien la llame, a pesar de su angustia, porque busca lo mejor para mi, está mi hermana que me hace mermeladas y llora mi pena y haría lo necesario para hacerme sentir mejor.
Todas esas personas no tienen un cáncer, pero sufren la parte emocional del cáncer de una forma intensa y dolorosa, y para mi son los valientes, porque son los que eligen estar, los que eligen permanecer día y noche al lado del sufrimiento, los que realmente se secan las lágrimas para dar lo mejor de ellos mismos, a los que tan sólo unos pocos de sus amigos (aquellos que han pasado por situaciones similares) podrán ayudar y comprender.
Creo que la sociedad comprender a los enfermos de cáncer, y nos cuidan y nos protegen, pero considero que debemos ampliar urgentemente ese círculo solidario y asistencial, procurando, ofreciendo apoyo desde la misma red hospitalaria, a todos estos valientes silenciosos.
Para mí el sufrimiento opcional es el mayor de los sacrificios, y para mi, ellos son los héroes de esta triste historia, y los que nos dan fuerza para seguir adelante.