Mucha gente comenta que ahora los psicólogos tenemos más trabajo por efectos del COVID-19. Es cierto, pero es sólo una verdad a medias: la proporción de personas con problemas psicológicos producto de la pandemia es muy escasa en relación con la afectación en la población.
Los motivos son muy variados, en muchos casos el acceso a un psicólogo de la seguridad social no es tarea fácil: hay muy pocos (algo en lo que el Estado debería estar trabajanbdo de forma prioritaria, porque les va a pillar el toro), en otras ocasiones las personas no son conscientes de la alteración real que sufren, o simplemente consideran que es un estado pasajero y lógico con la situación actual.
Obviamente la ansiedad es el trastorno más común debido a la pandemia: la sensación de falta de control sobre el entorno nos produce un estado de alerta y sensaciones de indefensión por no poder asegurarnos de no enfermar a pesar de nuestras precauciones.
La inestabilidad laboral, condiciones de trabajo poco seguras, miedo al transporte público, el teletrabajo, que si no se acompaña de una cierta rutina de salir al menos a estirar las piernas puede llegar a producir el síndrome de la cabaña y un aislamiento social del que luego nos resulta difícil salir.
Evidenciamos sentimientos de depresión, desesperanza, tendencias agresivas, incremento de sustancias como drogas o alcohol, problemas de pareja de forma bastante habitual.
Obviamente existen también personas que sufren un duelo patológico por la pérdida de un ser querido en situaciones dramáticas, sin poder despedirse, lo que genera sentimientos de culpa y dificultades para ir superando la situación. En otros casos tenemos personas que han pasado la enfermedad y presentan reacciones de estrés postraumático por las situaciones vividas (esto también es común a colectivos como los sanitarios).
Las personas sin pareja se encuentran en una situación de paralización completa: los psicólogos siempre decimos: “sal, busca actividades, amplia tus círculos de amistades”, pero en este caso sería como ponerle a una persona una pistola cargada, es inviable y se necesitan nuevas formas de comunicación.
Entre los más jóvenes se dan situaciones de rabia y oposición a las normas, piensan que les están robando su juventud y se rebelan, otros sufren problemas serios debido a un estado previo de fobia social o falta de habilidades sociales que ahora mismo es difícil superar.
Yo me pregunto, incluso los niños en edad escolar, con sus mascarillas, ¿tendrá consecuencias en su capacidad de reconocimiento de estados emocionales por los gestos?, les está faltando una parte muy importante dentro de su maduración social con esa falta de información que nos proporciona el rostro de otra persona y que a través de los años vamos sabiendo su significado.
Bueno, que no se me olvide, por favor, que casi debería ir lo primero, la frustración que sienten las personas al no poder acudir presencialmente al médico. Se sienten olvidados, desprotegidos, tienen miedo a tener alguna dolencia y no poder ser detectada, o simplemente no pueden ser atendidos.
La hipocondría se manifiesta ahora con todo su esplendor. El miedo al contagio, pensar que se ha contraído el COVID-19 por un estornudo propio o ajeno, hace que las personas viven en un estado de miedo y ansiedad permanente.
Reconozco que hoy no estoy siendo la alegría de la huerta, y bien que lo siento. Todo eso para llegar a la reflexión que me preocupa: ¿estamos preparados para los trastornos psicológicos post-pandemia? la respuesta es un NO rotundo. Esta situación nos va a pasar una factura psicológica a corto, medio y largo plazo y no estamos preparados para afrontarlos. Faltarán recursos públicos e incluso privados (no son buenos tiempos para hacerte el chulito abriendo una consulta y haciéndote autónomo, eso los de Bilbao, el resto…).
Necesitamos cuidar nuestra salud mental desde ahora, de forma preventiva en algunos casos. Los libros de autoayuda están fenomenal, y los típicos “10 consejos para afrontar psicológicamente el COVID” no están de más, aunque claro, ojalá la cosa fuera tan sencilla.
Aprender a manejar nuestras emociones, trabajar la resiliencia, buscar fórmulas alternativas para no caer en estados de aislamiento, realizar una reestructuración cognitiva de pensamientos negativos, emplear la psicología positiva, conocer qué nos está pasando realmente, es el primer paso para que una vez termine este infierno, podamos recobrar nuestra vida de una forma sana.
En serio, os prometo que el próximo artículo será para contaros cosas que puedan sacaros una sonrisa, pero esto….había que decirlo y se ha dicho.