Se suele decir que tras la tempestad viene la calma, pero en este caso, lo que tendría que ser tempestad fue una situación de paralización, de indefensión aprendida en la que apenas teníamos tiempo de pensar, tan solo de cuidarnos y hacer caso a las recomendaciones con la esperanza de no contagiarnos.
Durante los momentos más duros de la pandemia hacíamos esfuerzos por mantenernos optimistas, y todo nuestro objetivo vital estaba esquematizado: salir lo menos posible a la calle, comprar comida, lavarnos e intentar pasar los días con la esperanza de que el horror terminara.
La primera parte de esta terrible situación ha terminado, y parte de la población se lo ha tomado con una euforia y sensación de que todo esto ha acabado completamente fuera de la realidad, es como el avestruz que esconde la cabeza debajo de la tierra para no ver lo que les ha pasado, o tal vez se creen que ya pasó el peligro, o que son invencibles, o que la vuelta a “la normalidad” es lo que toca. Estas personas son incoscientes y parece que tienen las neuronas justitas para pasar el día. Se ponen en peligro y ponen en peligro a los demás.
Ciertamente hay que empezar a dotar de una cierta normalidad a nuestra vida, en el sentido que es importante volver a adquirir una serie de hábitos como caminar, hacer deporte, ir a trabajar, retomar el contacto con otras personas, etc, pero de una manera medida, controlada, sabiendo lo que hacemos y hasta dónde podemos llegar. No podemos vivir como si siguiera habiendo 900 muertos, pero no podemos olvidar que esta situación no está totalmente controlada, y que todos estamos expuestos.
Ahora empiezan a aflorar algunos problemas psicológicos. Muchas personas (y aquí está recogido todo el abanico de edades) tienen auténtico miedo a salir a la calle y contagiarse: consideran que hay aglomeraciones y que no es seguro salir. Esto nos puede llevar a desarrollar una AGORAFOBIA: miedo a salir, a abandonar nuestra zona de confort. Ansiedad extrema. Cuando vamos a salir a la calle pensamos (erróneamente) que nos vamos a contagiar con el cien por cien de posibilidades. Este es un pensamiento erróneo pero que damos por válido. Lo normal es que te contagies si haces una fiesta con 20 amigos y 4 son positivos, si te dedicas a compartir vasos, si vas en rebaño… pero guardando las medidas de seguridad, todo está bastante controlado. El problema es que la ansiedad por el miedo al contagio hace que la persona lo piense y decida no salir, experimentando alivio. Esto se llama evitación, y el gran problema es que se puede ir agravando y generalizando si la persona no aprende a controlar sus pensamientos erróneos, a darse cuenta de que lo que piensa no se corresponde a la realidad, y empieza a enfrentarse a sus miedos en vez de huir de ellos hacia zona segura.
El miedo también se desarrolla en pensamientos sobre el futuro, sobre un rebrote, sobre la limpieza de los sitios, sobre lo cerca que nos ha pasado una persona. Estos pensamientos, este miedo y sensación de falta de control es un tremendo caldo de cultivo para la ansiedad.
Otras personas se han acostumbrado a una vida muy estructurada, sin necesidad de pensar y decidir por si mismas, dejando que un día caiga sobre otro día y ahora les invade una tremenda sensación de vacío, de falta de esperanza. No consiguen volver a coger el ritmo de su vida y se sienten cansados, apáticos, deprimidos.
Y tenemos el grupo que en breves va a empezar a sufrir el trastorno más grave: Trastorno de Estrés Postraumático. La reiteración en el recuerdo del trauma vivido, la situación de miedo, estrés, falta de control, hace que algunas personas desarrollen este trastorno caracterizado por pesadillas, pensamientos intrusivos sobre las situaciones pasadas, estado de hipervigilancia, aislamiento, reexperimentación de las situaciones vividas con todas sus emociones, miedo intenso, en ocasiones sensación de disociación con la realidad. Esto es propio del personal sanitario, y todos los servicios implicados en la situación de una forma más directa.
Es momento de volver a una normalidad comedida, y de trabajar sobre aspectos concretos que nos desestabilizan emocionalmente: recuperar la sensación de control, volver a un estado anímico adecuado, cambiar el miedo por prudencia, es decir, trabajar sobre los aspectos de la DEPRESIÓN y la ANSIEDAD.
En otro apartado queda aquellas personas que han sufrido la pérdida de un ser querido. Dadas las circunstancias, se trata de duelos complicados, en los que aflora la sensación de no haber podido despedirse, hay mucha tristeza, ira, rabia, sensación de culpa, aturdimiento y en ocasiones dificultades para iniciar el duelo.
Ahora es un momento muy duro a todos los niveles, es posible que os sintáis más crispados, enfadados, impacientes. Las secuelas del confinamiento son así, hemos pasado mucho tiempo paralizados por el miedo y ahora todo lo que llevábamos dentro sale, porque nuestra mayor preocupación durante este tiempo no fueron las emociones en sí, tan solo cumplir las exigencias para no contagiarnos.